Las calles de Quito son, a menudo, un homenaje a la libertad de expresión de sus habitantes. Las paredes de edificios públicos y privados se llenan de frases arrancadas de la propia inspiración, copiadas de un libro de poemas o de alguna canción de moda. No siempre el graffiti es poético o agradable, pero es parte del precio que el libre acceso a la poesía urbana paga la ciudadanía.
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